La entrada de hoy en pensamientos de alcoba me ha recordado la materialidad de la sociedad propia de los países desarrollados, caracterizada por el consumo masivo de bienes y servicios como única forma para conseguir la realización de una vida humana plena. Más allá de la necesidad de satisfacer la aspiración a una vida más confortable, se vive una ansiedad por poseer cada vez más y más bienes. ¡Si tienes, eres! La paradoja es que esta compulsión trae una desvalorización del objeto alcanzado, por lo que una vez poseído ya no interesa tanto como el que aún no se posee. De ahí que el consumista sea un permanente insatisfecho.
Estudios recientes realizados por diversas sociedades científicas de pediatría han puesto de manifiesto que los niños entre 4 y 12 años pasan entre tres y tres horas y media diarias delante de un televisor, mientras que sólo hablan con sus padres entre cinco y diez minutos diarios (casi seguro que para recibir una regañina o para ser mandados a la cama). Ir de compras es, junto con ver TV, la mejor distracción de los adultos, dedicando a estas actividades más de treinta horas semanales. Comparen con los cuarenta o cincuenta minutos a la semana dedicados a charlar con los hijos y sientan el escalofrío. Es una triste realidad, pero la sociedad consumista propicia la falta de comunicación, perdiendo con ello uno de los valores fundamentales en el crecimiento como personas. Nuestros niños crecen con el medio de propaganda consumista por excelencia como ejemplo. Tiemblo solo de pensar en el futuro que les espera.
Confío en que tras la frialdad de los datos estadísticos todavía queden padres con sentido común.

Paseando por Bath, una de las ciudades más elegantes de Inglaterra según dicen las crónicas, y famosa por la historia de sus baños, que se remontan a la época celta, descubrí esta pequeña galería de arte mientras me resguardaba de la lluvia (un día casi invernal). Su cuadros llamaron mi atención pero no pude observarlos de cerca, a pesar de que volví en dos ocasiones, porque estaba colgado el cartel de cerrado. Quise guardar una imagen para el recuerdo.
Abajo unas gaviotas. Los pájaros daban vida a esta hermosa ciudad revoloteando continuamente por el río y los tejados de las casas.
Gaviotas de agua dulce.
