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sábado, 23 de enero de 2010

Una bruja

He caminado mucho sobre la nieve,
No soy alta ni mi corazón fuerte.
Mis ropas están mojadas,
Y mis dientes se estremecen,
El camino ha sido largo
Por el penoso sendero crujiente.
He vagado sobre la exuberante Tierra,
Pero nunca he venido aquí antes.
¡Oh, levantádme sobre el Umbral
Y dejádme ante la Puerta!

La Bruja.
M E Coleridge.

Son muchas las leyendas y las historias que se cuentan sobre las brujas y, a menudo, se las asocia con maldad y con oscuridad, tal vez porque se las sabe amigas de la luna y de la noche. Tal vez fueron mujeres que no adoraron a más Dios que la noche o la madre Tierra (quién mejor que ellas conocía las propiedades de las plantas, regalo de la naturaleza).

Para la mentalidad de la época, el que un grupo de mujeres se reuniera por las noches para charlar, bailar bajo la luna sin pudor y divertirse en una especie de comunidad femenina, no debía ser fácil de entender. Y lo que no entendemos o no compartimos, rápidamente lo situamos en la frontera de lo excesivo. Y si entramos en materia religiosa, se tacha de inmoral o pecaminoso.

Las supuestas brujas fueron perseguidas durante mucho tiempo, muchas veces por miedo, otras siendo utilizadas como cabeza de turco, y, en ocasiones de crisis, acusadas por vecinos como una manera fácil de librarse de ellas. En la práctica era tan difícil demostrar la inocencia de uno que miles de mujeres fueron torturadas, quemadas en hogueras, ahorcadas,… muchas veces por rencillas personales con algún vecino, por psicosis colectiva, por ser “raras”, o por tener una mente demasiado abierta para la época que les tocó vivir.