Salimos de O Castro dirección a la plaza de España, cruce de caminos donde destaca la fuente de Os Cabalos, escultura de Juan José Oliveira, representada por cinco caballos ascendiendo por una cascada en espiral.
Es un homenaje a los caballos salvajes que poblaban el monte do Castro. Todavía hoy pacen caballos bravos en los montes de Vigo; cada año se marcan en los curros de Mougás y Torroña. Un curro es un círculo rodeado de un muro de piedra, con un camino en V invertida, hacia donde se empujan las manadas de caballos.
Descendemos por la Gran vía, una amplia avenida de gran pendiente, con una rambla central. Al final, casi en la confluencia con la calle Urzáiz, encontramos el monumento al trabajo (los rederos), de Ramón Conde. Es un homenaje a los trabajadores del mar, artífices del desarrollo de Vigo.
Tomamos la Rúa Urzáiz dirección a la porta del Sol, atravesando la rúa do Príncipe, peatonal y homenaje a los comercios que, gracias a la globalización, encontramos en todas las ciudades.
En la confluencia de Urzáiz con Principe, una farola, escultura de Jenaro de la Fuente, preside la plaza. Cuenta con numerosos brazos de luz colgante. En esos días era lugar de encuentro de los jóvenes desencantados.
En la porta do sol, sobre dos negras columnas de granito, la figura de un personaje fantástico, híbrido entre pez y hombre, busca el mar con la mirada. Se trata del Sireno, de Francisco Leiro, una escultura que no gusta a todos, pero que se ha convertido en un símbolo de la ciudad.
Después de este paseo hemos llegado a la zona antigua de Vigo, y nos hemos ganado una caña que tomaremos en el salón de la ciudad. Pero esto forma ya parte de otra entrada.